mercredi, août 05, 2009

Premoniciones rumbo al aniversario de la toma de la Bastilla:¿Por qué se avergüenzan de ser mexicanos los padres de los niños de la guardería ABC ?

Desde del 14 de julio de 1789, hace 220 años, que aunque son muchos para una vida, en los territorios de la desigualdad y donde la respuesta oficial al abuso y al crimen pareciera cubierta con el manto de la impunidad. Para los sedientos de justicia, el paso del tiempo no perece suficiente para olvidar que los burócratas apoltronados en las instituciones, junto con su indolencia son los símbolos activos de un sistema anquilosado, donde se aplazan los tiempos de la justicia para quienes están urgidos de respuestas y se sienten víctimas de esa burocracia que indolente los ignora y, no ve venir en la indignación de las masas, mayor peligro que el de la denuncia ante un Dios, al cual no temen, pues no es quien paga sus formidables ingresos.


Este 14 de julio de 2009, a doscientos veinte años del grito –¡A la Bastille. A la Bastille. A la Bastille!- grito que movió a las masas parisinas contra el símbolo del despotismo en una tierra, donde algunas instituciones internacionales relacionadas con la justicia tienen sus asientos y de las cuales muchos funcionarios públicos y numerosos manipuladores de la información, se jactan de que en Paris, donde hoy se conmemora la fiesta de  L’Egalité, el director de la OCDE sea un mexicano; y también de que un juez en la corte internacional -situada en la ciudad vecina de La Haya, sea otro connacional; y festejan como suya esa fiesta francesa, sin importarles que aquí amanecimos con el grito de impotencia, de indignación, de desesperación de los padres sonorenses que vinieron a buscar justicia a la suprema corte de la nación mexicana.


Su grito, Justicia. Justicia. Justicia, que no se escribe tan diferente como en francés, y suena como el que dio lugar al slogan “De pie y en voz alta”, que los indolentes de esa época escucharon antes de ser decapitados durante la revolución francesa. Aquí, en nuestro México aunque también suena fuerte, no parece suficiente para derrumbar las murallas institucionales que resguardan el cinismo, la indolencia y la ineptitud de burócratas y explotadores de la paciencia de los mexicanos, porque saben que con todo y los flagelos que padecemos, seguimos siendo pacifistas.

El grito, ¡me avergüenzo de ser mexicano!, que lanzaron los sonorenses que claman por justicia; es un grito de desesperación que se nutre del llanto infantil, del llanto de sus hijos, ese que no callaron ni el humo, ni las llamas del fuego que prendieron las manos asesinas de la corrupción y de la omisión burocrática; pero también se nutre de la indiferencia de quienes las pueden amarrar para que no sigan dañando. No se callan, porque aunque parezca que no suenan en las conciencias de los funcionarios involucrados, siguen como explosiones, en la mente y en el corazón de sus padres, cuya alma se amarga y asquea al no encontrar la justicia que buscan en las primeras instancias, ni la escucha sensible en la suprema corte que les aplazó la audiencia, para que templen sus espíritus mientras los ministros se dan tiempo de cabildear el asunto para poder hacer su agosto político.


A todos nos conviene poner atención al reclamo popular, porque igual que hace 220 años y aunque en otras tierras, la indignación que precede a la violencia popular, puede que no se calle ni en nombre de la patria, como pretendieron los negociadores de ese entonces; mucho menos cuando con la indiferencia se propicia el grito más premonitorio, que anuncia que se está perdiendo el control de las estructuras sociales, y que éstas pueden ser presa fácil de intereses ajenos que se benefician de una desestabilización inducida en nombre de la democracia y el derecho a disentir, como vemos que sucede en otros países petroleros y con recursos mineros y naturales expoliables como los nuestros.

Por eso, cuando menos demos exigir la responsabilidad constitucional a nuestras instituciones; y por ello en contraparte de la mofa y la negligente respuesta del director del IMSS, en su comparecencia ante la Comisión Permanente del Senado de la República, la demanda de los padres sonorenses que exigieron su renuncia, debió ser secundada por los legisladores que frente a las cámaras de televisión fueron burlados por ese funcionario que no debe estar al frente de una de las más necesarias, médicamente hablando y noble institución de la sociedad mexicana -por la equidad en su quehacer-. Financiada recordemos, con nuestras aportaciones, con las de los patrones y con el ISR.


El grito, “me avergüenzo de ser mexicano” de los padres de los niños y las niñas, tanto de los 49 que murieron, como de los que permanecerán sobreviviendo junto con sus progenitores -ellos mismos marcados en cuerpo y alma- requiere una respuesta del legislativo, donde se encuentran los representantes de todos los mexicanos hasta de los que en su desesperación reniegan.

Una respuesta sin demagogia, sin retórica. Antes que el temple de los deudos no sea suficiente para contenerse y se sumen al hartazgo popular que refuerza la anomia institucional, hartazgo que no puede disolverse con la dadiva ni por la vía mercantil, pues se nutre del mayor clamor de esos padres. ¡Justicia!